miércoles, 30 de marzo de 2011

Relato sin tiempo. (La Mística Urbana de Román)

El joven Román, como todas las mañanas ingresaba a la conciencia recitando frases de Homero, en un canto mitad verbal, mitad mental: “Dime porque lloras y te lamentas en tu ánimo cuando oyes referir la suerte de los Dánaos y de Troya? Urdieronla los dioses, que hilaron su perdición, para que los venideros tuvieran asuntos que cantar.”. Su memoria era sin lugar a dudas asombrosa. En su persona convivían al parecer, las más nobles virtudes humanas, cultiváronle desde muy pequeño en las matemáticas, la geometría, la música, gimnasia y armonía.
Como todo joven, y más aún siendo un adolescente sub-urbano de una metrópoli cualquiera, Román tenía obligación mañana y tarde; liceo y gimnasio; mente y cuerpo...
Pero he aquí una vez más la comprobación de que ninguna pared es demasiado alta ni profundo el vacío, para detener e intimidar a un inquieto espíritu que todo lo escudriña, quiere y envuelve.
Román pedía más a la vida, a sus padres y a sus profesores. Su curiosidad parecía tan grande como su talento. Su aburrimiento era paralelo a su desdicha.
Esta situación típica de cualquier semi-dios, común a todos aquellos seres especiales que poblaron la tierra un día para sembrar sabiduría, tenía cansado a nuestro joven ciudadano de tercera, Román.
Todo empezó en su infancia, agradable como todas, lejos de los peligros y tranquila.
Tan solo con dos años, y pese a que se los habían prohibido insistentemente, ya había consultado el Oráculo de Belfast dos veces. Con solo tres años desarmó y volvió a armar una cafetera de su abuela, dejándola como nueva...a la cafetera.
A los cuatro años, puso un puesto de limonadas frente a la Esfinge, y hay quién dice que ésta se sonrió tímidamente al ver la capacidad de empresa del muchacho.
A los cinco, y ya con alguna experiencia, se suscribió a un curso por correspondencia de reparación de manivelas y lámparas de aceite, para poner su propio negocio en la esquina de Justica y Amézaga, con dos empleados a su cargo (historia ésta, que contaré en detalle algún día).
Román, que nombre!, que historia!

Bueno, volvamos ahora a su presente, un adolescente como todos.
El día tres de la estación de lluvias, dos lunas después del equinoccio de invierno, nuestro amigo debía dar su gran examen iniciático frente a las puertas sagradas de Wembley. Pese a que había estudiado, recordado, aprendido, intuido, remembrado y vaticinado todo lo concerniente a las preguntas, Román demostraba grandes señales de fatiga, ¿mental? o ¿emocional?, nadie lo sabía...
Faltaban poco para que el Sol llegase al cenit, y esa era la señal. El último repaso. La clave para empezar a responder y desenmarañar el misterio del examen.
Decidió concentrar todas sus inefables energías, recordando viejas técnicas orientales aprendidas en la única revista sin recortes de la sala de espera de su dentista .
Decidió experimentar el tiempo. La quietud y el movimiento, los mismísimos vestidos de la eternidad.
Entreabrió sus párpados (o los entrecerró, como se quiera), y sus dos ojos se dirigieron a la misteriosa aguja del reloj que rítmicamente avanzaba para volver luego al lugar de origen; después de dar una vuelta completa por los doce arcanos zodiacales.
Empezó a concentrarse, sus ojos quedaron fijos, siendo hipnotizado (aunque esta vez concientemente) por el tiempo, por el "tic" y por el "tac", la micro-respiración del universo sub-urbano.
Su mente se desplegó ante sus ojos, le mostró las innumerables caras de sí misma, los innombrables y originarios nombres de las cosas, los infinitos mundos...
Su estado se agudizó con una percepción directa del Misterio. Era tanta la información y tanta la conciencia, que parecía que las agujas del reloj se iban deteniendo poco a poco...algo estaba cerca...la absolución, la solución o la disolución...
Román, como un héroe de antaño, cruzó el umbral hacia los bosques oscuros, donde los temores toman formas grotescas de fieros animales...luchó con valentía con cada uno de ellos y terminó cortándole a todos sus horribles cabezas...
Sin duda, Román ya no era el mismo.
Se contempló de afuera, desde un lugar íntimo que ya no recordaba. Miró su pasado, su futuro, su cara, las agujas del reloj...éstas ya se habían detenido totalmente...como una fotografía instantánea de la realidad, que todo lo abarca para su sola percepción...y de pronto ella... su madre...
¡Román! ¿Qué haces mirando ese reloj? ¿No ves que está parado?, ¿Por qué no estás yendo a dar el examen?
¡Esto no lo voy a tolerar!
¡Si no queres estudiar, vas a ir al liceo militar!

martes, 22 de marzo de 2011

El Oso y la Pajarita (Cuento corto con perfume a bosque, para niños)

EN EL BOSQUE, EL CURIOSO AMOR TENIA QUE LLEGAR A SU FIN. ERA CASI INVIERNO Y NUESTROS DOS ENAMORADOS, EL OSO Y LA PAJARITA, TENIAN QUE SEPARARSE; UNO PARA DORMIR, LA OTRA PARA EMIGRAR.

ES ASI QUE EL OSO SE DIRIGIO A LA PAJARITA CON TIERNAS PALABRAS DICIENDO: "HA LLEGADO LA HORA EN QUE DEBEMOS SEPARARNOS, HA LLEGADO EL INVIERNO A NUESTRO AMOR, AUNQUE ESTOY SEGURO DE UNA NUEVA PRIMAVERA".

LA PAJARITA ASINTIO CON SU CABECITA, UN POCO TRISTE EL OSO CONTINUO DICIENDO: " DE SERME POSIBLE, TU SABES, TE ACOMPAÑARIA, PERO MI VIRTUD QUE ES LA FUERZA Y LA TIERRA, AHORA ME ALEJA DE TI. NO PUEDO RENEGAR DE MI NATURALEZA DE OSO, PERO RECUERDA QUE EL MAS GRANDE DE LOS MILAGROS DE NUESTRO AMOR, HA SIDO, QUE MI CORAZON APRENDIO A VOLAR CONTIGO, MI QUERIDA PAJARITA, DUEÑA DE MIS SUEÑOS....".

LA PAJARITA LE RESPONDIO, CON TODA LA DULZURA QUE LE ES PROPIA, AL MISMO TIEMPO QUE ABRIA SUS ALITAS POR NO SABER SI QUE LO QUE SENTIA EN SU PECHO PODRIA SOPORTARLO.

-"¡OH! AMADO, TU SABES BIEN, QUE DE PODER QUEDARME ENTRE TUS BRAZOS, COMPARTIENDO TU DESCANSO, LO HARIA, PERO MORIRIA, Y AUNQUE NUESTRO AMOR ES MAS QUE LA MUERTE, EN MI TODAVIA LATE LA ESPERANZA, DE QUE EN ESTE MISMO BOSQUE, PUEDA REENCONTRARME TODAVIA CON TUS PROFUNDOS OJOS, Y YO PODER CANTARTE MI MEJOR MELODIA, ESCONDIDA ENTRE TUS OREJAS....".

TRAS TIERNAS MIRADAS Y SUAVES BESOS, SE DEPIDIERON SINTIENDO ALGO TAN GRANDE PARA SUS ADENTROS, QUE SOLLOZABAN Y LAGRIMEABAN, CONSTERNANDO AL MISMO BOSQUE.

AQUEL DIA HASTA LA HIENA LLORO, Y DOS RATONES VIEJOS, YA EN SU MADRIGUERAS, ENTONARON UNA VIEJA CANCION QUE HABLABA DE AMORES INTENSOS, DE RESPETO Y LIBERTAD.

FUE ASI, EN AQUEL INVIERNO, QUE LA VIDA SEPARO AL REY DE LA TIERRA DE LA REINA DE LOS CIELOS, AUNQUE HACE MUCHO TIEMPO SUS CORAZONES ERAN YA UNO SOLO, PORQUE LA PRIMAVERA EN EL BOSQUE, SIEMPRE PROMETE REENCUENTRO...

viernes, 11 de marzo de 2011

Discurso emitido en el descanso de la presentación sobre "que decir y que callar" Viena, 1974.

Interludio.

Todo parecía ser urgente, tanto que parecía no haber prioridades.

Los debates eran una búsqueda de jerarquizar acciones, posibles causas, comienzos.

Era una sensación plena, omni abarcante, pero también vacía, y porque no, carente de sentido.

Así me sentía yo ante aquello que me pedía, me exigía. Una responsabilidad demasiado grande parece ser el prometerse libertades, trabajo, dinero, libre albedrío, estudios y comida.

Realizar, pero ¿realizar qué?.

Un sueño, un ideal, una metafísica intuición, un designio espiritual, ¿el destino?

Todo parecía igual a aquellos ojos que yo mismo percibía como totales, claros y punzantes.

Pero, y siempre parece haber un pero, las cosas cambian.

Siempre lo hacen, esa parece ser la regla general que todavía no ha cambiado; pero ¿para dónde?

Hoy mismo me lo pregunto. Hoy mismo no distingo bien el límite si es que lo hay, para comprobar aquella intuición pasada con lo presente de mis días. Hoy sigo siendo una proyección de mi memoria, y también de otras. Hoy tampoco sé si lo que quería se cumplió, o si querer no es más que un acto profético de lo que va a suceder, disimulado por mi conciencia.

Cada casa es un mundo se decía y aún se dice, para mí siempre fueron un universo, y jugando hasta estirar la metáfora más allá de lo explicativo, el universo mismo es una casa, la cual no es mía, ni siquiera se si la alquilo ni el costo de la renta, no sé si tengo vecinos en otras casas, no sé si soy un profanador o hasta un “ocupa” de ésta casa.

Pareciera ser metafísico o al menos que me enredo en palabras, cuando trato de recordar esta sensación. Puede que sí, puede que no. Eso, tampoco hoy lo sé.

Es hora de entrar a la segunda parte de la conferencia, el café aquí es delicioso.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La ficha que faltaba. (Cuento corto hecho con palabras y cariño a quién ama los puzzles)

“Juan Andrés” se oyó de repente. “Ya está pronta”, este era el comienzo de un nuevo día, o de un nuevo desafío para nuestro Juan.
El joven se desperezó cortamente, se levantó, husmeó sus medias dándose cuenta que tiraban unos días más sin lavar, se las puso, se miró al espejo, enderezó sus hirsutos cabellos, parpadeó como de costumbre, se puso las pantuflas que otrora fueran de su padre y bajó.
Ya frente a la mesa, olió lo de siempre, el café con leche que le preparó con mecanicista gusto su madre.
Al costado las tostadas ordenadas en pares, con mermelada de higo y manteca. En frente suyo una silla vacía.
Prontamente digirió su desayuno, casi rompiendo su propio record de un minuto cincuenta y seis segundos...se dijo para sus adentros “hoy va a ser un día estupendo”.
Subió las escaleras que llevaban a su cuarto, se desnudó, meneo sus caderas como en un neurótico ejercicio de anciano, sacó su jabón de glicerina de su mesita de luz, y penetró al baño.
Mientras el agua iba tomando el control de su piel, pensaba “donde podré conseguir un armazón americano para mis lentes...no veo la hora de encontrarlos”. Seguidamente se oyó de nuevo “Juan Andrés”, era la señal de que se había demorado más de lo masculino-solteramente permitido. Sus pudores fueron secándolo mientras caminaba ya, rumbo a la biblioteca.

Cada paso respondía a una voluntad conciente que investigaba e iluminaba, haciendo que lo obvio fuese solo la máscara de un misterio aún por resolver. Subió las escaleras de a un escalón empezando con su pie derecho, y terminando con el mismo pie, el cuál en un disimulado y artístico giro, lo perfilaba hacia el área donde las fuentes eran variadas y empapaban lo cotidiano de otros tiempos.
Consultó varios diarios y diccionarios; enciclopedias y bestiarios, panfletos y recetas, crucigramas y libros, en busca de una palabra, de un sentido, un anagrama, su destino.
Casi sin darse cuenta pasó la mañana y buena parte de la tarde, era hora de dar cátedra, de repetir y repetir, haciendo Eco de sí mismo repitiendo lo de otros, de sugerir caminos a un ciento de criaturas dormidas en la trágica vida, para una incipiente elite de almas despiertas a las sutilezas del proceso histórico.

En la clase, el problema era siempre el mismo “¿a quién mirar mientras hablo?”. “Si miro a un joven, pensarán que soy raro, si miro a una joven pensaran que tengo intenciones para con ella, si los miro a todos me perderé en las generalidades y seré partícipe de este mundo cargado de regularidades nublosas, sin rasgos ni pretéritos. Si miro una anciana pensarán que le tengo lástima por su edad.”. En definitiva y a sabiendas de que cerrar los ojos no era opción, siempre optaba por un intrigante juego de bizcos cambios sin aparente secuencia, donde todo lo que lo rodeaba era objeto posible de estudio, o como muchas otras veces, un alivio a su gran cuestión.
Sus manos, pese a que lo intentó desde estudiante, siempre respondieron a esa parte de la psiquis, llamada inconsciente. Se entretienen parando los “dry-penes” una y otra vez sobre el escritorio, en un juego de seducción puramente bibliográfica.
Pero había algo a su favor, faltaban solo dos clases para llegar a la correspondiente enumeración de museos en el Uruguay, y examinar las caras de asombro del estudiantado al ser éste, un número con creces mayor al imaginado. Y luego, como cereza al postre, o crema a la margarita, llegaría el momento donde la cátedra declaraba con voz fuerte, haciendo gala de que las palabras no son buenas ni malas, parafraseando a Onetti, “váyanse a la puta madre que los parió”. Oh! Catarsis, madre de todas las honestidades…

Ya en su casa, pidió permiso para tomar un refrigerio, ya que en el día había dejado gran parte de sí en pos de otros. Había llegado el momento de placer sumo. Sabía que solo restaban minucias antes de ver su barroco puzzle armado, con su grotesca cantidad de piezas en suma de diecinuevemil.
La verdad es que pudo haberlo terminado hacía mucho tiempo, pero este hecho podría haber sido interpretado como una falta de respeto a su padre, en la memoria de su madre.
“Pronto...Pronto...”se repetía una y mil veces, mientras colocaba casi de memoria las ocho piezas diarias, pero...de golpe perdió los estribos y respondiendo a su cada vez más insostenible desacato, empezó sistemáticamente a colocarlas una detrás de otra, acercándose peligrosamente al final del entramado.
Sin control, pero con algún vestigio de conciencia intentó detener sus manos, pero fue imposible, faltaban solo cuatro, ahora tres, dos...
Su glotis sintió la diferencia, Juan Andrés ante lo inevitable quiso no ser partícipe de su propio arrebato, demostrando ser capaz de un control inhumano, llevó la última ficha atrapada en su mano, hacia su boca...y ahí, sin más, se la tragó.

He aquí porque un hombre, por más raro u oculto que esté, siempre entra a formar parte de las ausencias del colectivo mundano, y ahí habitar incólume, como en su propia casa.

Con cariño a ti, Juan Andrés.

martes, 8 de marzo de 2011

Acerca del Infinito (deliberaciones sobre el "deseo" de un personaje amplio disparatado))

Acerca del infinito.

Si hay algo que se me sugiere a primeras como realmente infinito, es el deseo.
Obviamente esta palabra encierra mucho de lo cotidiano humano, y desde ya podemos empezar por definir ciertas categorías de deseos. Ya que si bien hay tantos y más, que personas habidas, existentes o por existir, y aunque muchos sean comunes a todos, no es lo mismo desear comida, que desear cenar con alguien en particular, desear una casa o desear salud, desear suerte que desear una solución, desear no desear o desear la pronta satisfacción.
Más allá de todas las categorías, que suponen un trabajo casi inagotable desde mi punto de vista, todo deseo tiene unas características comunes, fluyen en un espacio-tiempo indispensable, ya que son humanos; y ocurren por voluntad o sin necesidad de ella. Digamos que son concientes o inconscientes, o ambas cosas a la vez, ya que no podemos en nuestra vida separar lo uno de lo otro, la existencia del deseo nos vive a cada segundo, más allá de abstracciones que fraccionen nuestro ser en conciente e inconsciente.
El deseo tiene existencia (no hablo de procedencia) en nuestra mente, nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, es omni-abarcante en cuanto nuestra existencia, aunque según la persona y las dicotomías entre sus diferentes partes (que son delimitadas culturalmente) puede darse en contradicciones entre lo que deseo, lo que reprimo, etc...
No es mi idea trabajar desde un punto psicoanalítico, pero bien hay que reconocer que esta dicotomía esencial a nuestra vida presente existe, no podría conjeturar que sea universal el planteamiento, la solución, etc.
El porque de mi atrevimiento, en cuanto considero el deseo como infinito, se debe no tanto a que no podamos dejar de desear en lo personal o como especie, sino más bien al hecho que se presenta en ciertas ocasiones.
A modo de ejemplo, cuando uno desea la eternidad...o ciertos estados místicos...o cuando uno desea a una persona.
Pareciera ser que el deseo da sentido y por tanto nos define, como personas y nuestros posibles futuros.
En el caso del amor, si bien no es eterno en cuanto promesa de sentir hacia una misma persona, en ciertos momentos ocurre el deseo de hacerlo eternamente...

Es más bien la matriz virtual, en que el deseo ocurre y nos da forma en existencia.
El Amor...
Quisiera abrazarte y hacerte el amor por siempre, al mismo tiempo que besarte cada poro, mientras caminamos mirándonos a los ojos estando dentro tuyo.

Fragmento de: Psicología de un personaje realmente ficcionado, por Gabriel Araújo.

lunes, 7 de marzo de 2011

El sueño de la casa circular.

Todo empezó el martes. Llegaba cansado de no hacer nada a mi casa, enseguida al entrar me descalcé, y estiré mis dedos sintiendo el frío de las gastadas baldosas.

Me sentí mejor, ahora podía dentro de estas paredes mostrar mi indiferencia ante el mundo.

Veo la contestadora, hay mensajes, seguramente debe ser mi madre para hablarme de mi hermana, como todos los días...

Me puse a pensar en lo bonito que podría ser estar en una playa, con dinero, con un sombrero de paja, con una morocha, con un whisky, con un auto, con cigarros y con una guitarra.

Ya estaba en la cama, por debajo de las sábanas que encontré tal cual las había dejado en la mañana. Cerré los ojos pero no para dormir, sino para repasar en mi memoria algún refrán budista, y así distender mi mente.

Me apretaba la cabeza con el almohadón, eructé el condimento del pollo, otra vez me había caído mal.

Me dormí.

Me despierta el teléfono, mejor, tenía pesadillas como todas las noches,

Era el Rata, o Javito, que en definitiva es lo mismo.

Es un compañero de facultad, que siempre viste sombrío y recubre su sonrisa de tímidos sonidos.

Me pregunta como ando, si ya estaba dormido, si me causa molestia su llamado. Enseguida lo convenzo de que es un placer el que me llame, aunque le reconozco que también es una sorpresa, ya que hablamos mucho en la Academia, pero hasta la fecha nunca por teléfono, además le agradezco el haberme sacado de una pesadilla que ya ni recuerdo de que era.

Me dice que le entregaron un libro que él escribió, y que me lo quiere mostrar, que yo lo lea.

Mi invita para esos efectos a su casa, le digo que sí, que me de veinte minutos para arrancar, le pido la dirección, la anoto en una hojilla de fumar, cuelga el teléfono, y yo dispuesto me desperezo y me levanto.

Me pongo las mismas medias, la misma camisa y la misma barba de tres días, salgo, reviso dos veces si cerré bien la puerta con llaves, camino hacia la parada del ómnibus con la certeza de que aparecerá apenas llegue a la parada. No es así, lo espero quince minutos, no me importa, mañana como todos los días, no tendré que levantarme temprano, esto de ser vago es full time.

Reviso por última vez la dirección en el ómnibus, me bajo en la parada correcta, camino dos cuadras, me arreglo la camisa y mido el poder de mi aliento, ya que de repente no está solo, y no quiero importunar a su familia.

Me topo con una puerta, blanca, pintada por arriba de otra pintura a la que ni siquiera se lijó o limpió, me acuerdo que me contó algo de eso, pero ya es muy tarde, siento sus pasos detrás de la puerta, después me acordaré.

Antes de que toque timbre el estaba ahí, antes de que pregunte quién es, yo contesté.

“Hiciste rapidísimo”, me dice, no me dio tiempo a preparar nada, nos reímos al unísono, yo sabía bien que eso de preparar no es su costumbre, y tampoco la mía.

“Pasa”, me hace un ademán, entro, un pasillo de piso de madera, un perchero cuelga de la pared entre un gran pedazo de pintura que parece desprenderse, y un espejo pequeño, con marco de madera, que sostiene una estampita no se de que santo.

“¿Un libro?” es lo único que le digo, “Sí!” me dice, “¿Viste?”.

Dejo la campera, me cercioro de tener los fósforos conmigo, armo mi primer cigarrillo, no sin antes preguntarle si podía.

Empezamos a caminar y el corredor pronto dio a otro, a la derecha, el cual mostraba varias puertas, calculé que serían los dormitorios, empecé a seguirlo, escuché una voz de señora proveniente del otro lado de la primer puerta, supuse sería su madre, o mejor dicho su abuela, ya que era un tono de señora mayor.

El solo dijo “Sí”, continuó caminando, me di cuenta de que percibí el tono de la voz, pero no su contenido. Yo, para no quedar mal dije “buenas noches”, nadie contestó, nadie se inmutó.

“Veni!” me dijo Javito, esta vez terminó el pasillo en una puerta, era el baño, a mi derecha estaba la cocina, “vení!” me dice, lo sigo, cruzamos la cocina y ante una posible terraza que se dibujaba frente a mí, “Vení!” me dice, lo sigo, doblamos a la derecha nuevamente, y realmente me empecé a sentir confuso, extraño, desubicado. Realmente no me preocupó mucho en un principio, ya había experimentado esa sensación varias veces, inclusive en mi propia casa. Caminamos unos seis pasos en la completa oscuridad hasta que estallaron unas bisagras, se abre una puerta, sale la hermana de Javito, o al menos eso supongo, con el pelo mojado, el olor a champú me devolvió de mis sensaciones, me ubiqué, dije “hola”, no me contestó, Javito pareció no verla, capaz que estaban peleados, quizás no sea del agrado de la madre y de la hermana, las amistades que Javito trae a su casa, en ese caso yo estaría llevando un fardo que no me corresponde llevar, me sentí tratado injustamente, nuevamente perdí el rumbo, “Vení” me dice Javito, cruzamos un pequeño patio interior, con claro indicio de deterioro, había cientos de envases de cerveza amontonados, una estufa a kerosén totalmente oxidada, un "Tiki Taka" en su estuche como nuevo, una puerta de hierro, apoyada sobre dos taburetes conformando una improvisada mesa donde se apoyaban diarios viejos. “Veni!”, me dice, yo casi instantáneamente vomito, que papelón, nuca entre a su casa, y la primera vez vomitar es una comprobación de lo que piensa su familia, trató de pensar en otra cosa para no lanzar, trato de ni siquiera decirle algo, no vaya a ser que al abrir la boca...”Acá está”, me dice Javito, “el libro”.

Como palabras mágicas en seguida causaron alivio.

Me da el libro en la mano, leo su título, me rasco la barba, le pido un cenicero, miro el número de páginas que contiene como si eso fuese importante, veo la editorial, es francesa, tiene una sigla de tres letras y empieza con “d”, distribución para toda América, fondo comunitario de estudiantes universitarios, edición estándar, derechos legales, un índice, estoy contento, sorprendido, contento por Javito, y contento porque me llamó. De pronto me dice “vení!”, solté el libro, cayó al lado del cenicero, vomité a mi derecha, había un revistero, lo ensopé, Javito sin sorpresa agarró una Radiolandia 2000, juntó los pedazos de mí, se fue por otra puerta que hasta ese entonces no había divisado, estaba entre un ropero que le faltaban todos los cajones y un cuerpo de guitarra española. Yo me quedé sorprendido, todavía tenía la baba ácida prendida de mi barba, “Javito” le dije, y el no contestó. Pensé “que disparate, le ensucié todo”, “Javito” volví a decir, pero en un tono más bajo, “no me dejes”.

A que carajo dije eso, “no me dejes”, con que motivo, ¿me habrá escuchado?, que vergüenza.

Seguí parado en lo que yo creo era el centro del cuarto, para distraerme decidí volver a tomar el libro, no estaba, el libro no estaba, me dieron náuseas, salí a buscar a Javito por la puerta que el salió, nuevamente un corredor, nuevamente a la derecha, ahí fue cuando me di cuenta que desde que había entrado a la casa, había estado caminando siempre hacia la derecha, encontrando cada vez más habitaciones, nunca subí o bajé escaleras, nunca me encontré con el lugar de origen, “ Javito no me dejes” insistió mi voz, caminé o mejor dicho corrí, hacia la derecha, era largo corredor con puertas clausuradas, tapiadas con maderas y publicidades de lata de refrescos, tuve miedo, seguí, “no puede ser” me dije, miré el reloj y no tenía ninguno, es cierto, yo nunca llevo reloj. Ahora, justo a mi derecha hay un espejo, me veo desgarbado, manchada la ropa de estómago, “Javito” vuelvo a gritar, y nada, sigo...

De repente un teléfono, un teléfono rojo en una mesita con un revistero lleno de Radiolandia 2000, levanto el tubo, funciona, eso me alegra, pensé que en mi paranoia el teléfono no funcionaría y quizás..., quizás tenga miedo.

Disco los siete números, deseo encontrar la voz, oigo y oigo, me da libre, salta la contestadora, dejo un mensaje, “si alguien me escucha, me siento mal y estoy en...”, maldición la dirección me la fumé con el primer tabaco que me armé, cuelgo el teléfono, me armo un nuevo tabaco, “Javito” grité, pero nadie apareció.

En ese momento me percaté de la situación, de que seguramente fue ese pollo que comí hace unas horas, que debió estar podrido y yo debo estar alucinando, me tranquilizo, por lo menos ahora sé por que estoy mal, “Javito” digo y nadie me responde.

Decido cuerdamente darme la vuelta, volver para atrás, salir a la calle, respirar aire puro, tomarme el ómnibus, llegar a mi cama y dormir.

Me doy vuelta, camino, y zas...el pasillo que debiera estar a la izquierda, está a la derecha. Primero pienso que debió existir éste pero yo venía por el otro que estaba más adelante, descubro con miedo que solo tengo tres metros de pasillo sin ninguna puerta, me da miedo, corro para atrás, o sea para adelante, a la derecha, me topo con el espejo nuevamente, está gastado pero sano, me veo pero como nunca me veo, me veo viéndome. En un acto de conciencia apreté los párpados para que la ilusión cese.

Tendría que vomitar todo me dije, así se me iría esta locura, maldito pollero...

Abro los ojos y me veo tomando el teléfono, discando, llamándome y dejándome un mensaje sin dirección, miro el revistero, está el libro, el libro de Javito!

Me doy vuelta y mi reflejo telefónico desaparece, pero el libro no, voy, lo agarro, se llama “El sueño de la casa circular”, leo el primer renglón, dice “Todo empezó el martes...

A todo eso un ruido...me doy cuenta de que estoy dormido, me despierto...es el teléfono...

Era el Rata, o Javito, que en definitiva es lo mismo.

Es un compañero de facultad, que siempre viste sombrío y recubre su sonrisa de tímidos sonidos.

Me pregunta como ando, si ya estaba dormido, si me causa molestia su llamado. Enseguida lo convenzo de que es un placer el que me llame, aunque le reconozco que también es una sorpresa, ya que hablamos mucho en la Academia, pero hasta la fecha nunca por teléfono, además le agradezco el haberme sacado de una pesadilla que ya ni recuerdo de que era.



Cuento corto, por Gabriel Araújo.