Sin duda hay ciertas rutas comunes para el pensamiento. Desde su origen hasta su enunciación (aunque sea mental) acepta determinados formalismos innatos a nosotros mismos. Ello de ninguna forma empobrece la “rica libertad” de los fines o motivos de esas pulsaciones mentales llamadas pensamientos.
No planteo este tema como un ensayo filosófico y menos como uno fisiológico. Es solamente un (auto) análisis de aquellas causas que nos hacen más “abiertos” a ciertas ideas nuevas, o nos provocan revulsión o miedo y que consideramos extrañas.
Generalmente la moral presta su vestido a los enunciados, a los puntos fuertes de una teoría, a sus posibles consecuencias, y o a sus intrínsecos postulados, etc.
Y la moral… digamos, es una acumulación en el tiempo de emociones, convivencia social, recetas, prejuicios, amor, sabiduría y un largo etc. La moral es generalmente bastante lenta de adaptar, tal vez sea ese uno de sus valores más fuertes y destacables.
La moral y su voz, o sus voces tal vez, tienen la particularidad de hablar en pos de la supervivencia en el mismo tono que habla desde el amor y la fraternidad, o del miedo y el prejuicio. Es tanto futuro, como pasado y tradición, es abuelo hablando, los padres, la escuela.
Por tanto cada pensamiento, apenas resuene desnudo en nuestra mente, nos apuramos a vestirlos de voces, y lo llevamos raudamente ante un espejo que no reconoce figuras muy distintas de las que reflejó ayer. Seguimos viendo una caricatura, un disfraz, o la soledad y no la belleza de un cuerpo desnudo…
Por eso hasta la más tímida forma de originalidad y libertad, toma determinados rumbos comunes en un principio, para luego elegir certera su propio camino o estilo.
Es común en el navegante mirar sus mapas, estrellas y hasta su propia estela. Sortear vientos y tormentas hasta al fin llegar a la playa donde su voluntad o Providencia llamó destino. En el proceso creativo, hasta del peor naufragio se hace rumbo nuevo… o punto de partida.
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