martes, 21 de septiembre de 2010

Krishnamurti y Elíade. Dos extractos destinados a mover cosas... y a aquietar otras.

LA CRISIS DEL HOMBRE
Conferencias de J. KRISHNAMURTI

Hemos dado por sentado que el tiempo es necesario. Esto es, si soy violento, digo que el tiempo me es necesario para encontrarme en un estado de no-violencia; debo tener tiempo para practicar la no-violencia, para controlar, para disciplinar la mente. Hemos aceptado esta idea y ella puede ser una ilusión, puede ser totalmente falsa. La percepción puede ser inmediata, no en el tiempo. Creo que no es cuestión de tiempo en absoluto (si se me permite usar la palabra 'creo', no para transmitir una opinión, sino un hecho real). Uno percibe o no percibe. No hay un proceso gradual de aprender a percibir. Hay percepción cuando no existe la experiencia que se basa en el conocimiento.

MIRCEA ELIADE

EL MITO DEL ETERNO RETORNO

ARQUETIPOS Y REPETICIÓN

EL SIMBOLISMO DEL “ CENTRO”

Paralelamente a la creación arcaica en los arquetipos celestes de las ciudades y de los templos, encontramos otra serie de creencias más copiosamente atestiguadas aún por documentos, y que se refieren a la investidura del prestigio del “Centro”. Hemos examinado este problema en una obra anterior; 24 aquí nos contentaremos con recordar los resultados a que hemos llegado. El simbolismo arquitectónico del Centro puede formularse así:

a) la Montaña Sagrada —donde se reúnen el Cielo y la Tierra— se halla en el centro del Mundo;

b) todo templo o palacio —y, por extensión, toda ciudad sagrada o residencia real— es una “montaña sagrada”, debido a lo cual se transforma en Centro;

c) siendo un Axis mundi, la ciudad o el templo sagrado es considerado como punto de encuentro del Cielo con la Tierra y el Infierno.

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REPETICIÓN DE LA COSMOGONÍA

El “Centro” es, pues, la zona de lo sagrado por excelencia, la de la realidad absoluta. Todos los demá símbolos de la realidad absoluta (árboles de Vida y de la Inmortalidad, Fuente de Juvencia, etcétera) se hallan igualmente en un Centro. El camino que lleva al centro es un “camino difícil” (durohana), y esto se verifica en todos los niveles de lo real: circunvoluciones dificultosas de un templo (como el de Barabudur); peregrinación a los lugares santos (La Meca, Hardward, Jerusalém, etcétera); peregrinaciones cargadas de peligros de las expediciones heroicas del Vellocino de Oro, de las Manzanas de Oro, de la Hierba de Vida, etcétera; extravíos en el laberinto; dificultades del que busca el camino hacia el yo, hacia el “centro” de su ser, etcétera. El camino es arduo, está sembrado de peligros, porque, de hecho, es un rito del paso de lo profano a lo sagrado; de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y la eternidad; de la muerte a la vida; del hombre a la divinidad. El acceso al “centro” equivale a una consagración, a una iniciación; a una existencia ayer profana e ilusoria, sucede ahora una nueva existencia real, duradera y eficaz.