lunes, 7 de marzo de 2011

El sueño de la casa circular.

Todo empezó el martes. Llegaba cansado de no hacer nada a mi casa, enseguida al entrar me descalcé, y estiré mis dedos sintiendo el frío de las gastadas baldosas.

Me sentí mejor, ahora podía dentro de estas paredes mostrar mi indiferencia ante el mundo.

Veo la contestadora, hay mensajes, seguramente debe ser mi madre para hablarme de mi hermana, como todos los días...

Me puse a pensar en lo bonito que podría ser estar en una playa, con dinero, con un sombrero de paja, con una morocha, con un whisky, con un auto, con cigarros y con una guitarra.

Ya estaba en la cama, por debajo de las sábanas que encontré tal cual las había dejado en la mañana. Cerré los ojos pero no para dormir, sino para repasar en mi memoria algún refrán budista, y así distender mi mente.

Me apretaba la cabeza con el almohadón, eructé el condimento del pollo, otra vez me había caído mal.

Me dormí.

Me despierta el teléfono, mejor, tenía pesadillas como todas las noches,

Era el Rata, o Javito, que en definitiva es lo mismo.

Es un compañero de facultad, que siempre viste sombrío y recubre su sonrisa de tímidos sonidos.

Me pregunta como ando, si ya estaba dormido, si me causa molestia su llamado. Enseguida lo convenzo de que es un placer el que me llame, aunque le reconozco que también es una sorpresa, ya que hablamos mucho en la Academia, pero hasta la fecha nunca por teléfono, además le agradezco el haberme sacado de una pesadilla que ya ni recuerdo de que era.

Me dice que le entregaron un libro que él escribió, y que me lo quiere mostrar, que yo lo lea.

Mi invita para esos efectos a su casa, le digo que sí, que me de veinte minutos para arrancar, le pido la dirección, la anoto en una hojilla de fumar, cuelga el teléfono, y yo dispuesto me desperezo y me levanto.

Me pongo las mismas medias, la misma camisa y la misma barba de tres días, salgo, reviso dos veces si cerré bien la puerta con llaves, camino hacia la parada del ómnibus con la certeza de que aparecerá apenas llegue a la parada. No es así, lo espero quince minutos, no me importa, mañana como todos los días, no tendré que levantarme temprano, esto de ser vago es full time.

Reviso por última vez la dirección en el ómnibus, me bajo en la parada correcta, camino dos cuadras, me arreglo la camisa y mido el poder de mi aliento, ya que de repente no está solo, y no quiero importunar a su familia.

Me topo con una puerta, blanca, pintada por arriba de otra pintura a la que ni siquiera se lijó o limpió, me acuerdo que me contó algo de eso, pero ya es muy tarde, siento sus pasos detrás de la puerta, después me acordaré.

Antes de que toque timbre el estaba ahí, antes de que pregunte quién es, yo contesté.

“Hiciste rapidísimo”, me dice, no me dio tiempo a preparar nada, nos reímos al unísono, yo sabía bien que eso de preparar no es su costumbre, y tampoco la mía.

“Pasa”, me hace un ademán, entro, un pasillo de piso de madera, un perchero cuelga de la pared entre un gran pedazo de pintura que parece desprenderse, y un espejo pequeño, con marco de madera, que sostiene una estampita no se de que santo.

“¿Un libro?” es lo único que le digo, “Sí!” me dice, “¿Viste?”.

Dejo la campera, me cercioro de tener los fósforos conmigo, armo mi primer cigarrillo, no sin antes preguntarle si podía.

Empezamos a caminar y el corredor pronto dio a otro, a la derecha, el cual mostraba varias puertas, calculé que serían los dormitorios, empecé a seguirlo, escuché una voz de señora proveniente del otro lado de la primer puerta, supuse sería su madre, o mejor dicho su abuela, ya que era un tono de señora mayor.

El solo dijo “Sí”, continuó caminando, me di cuenta de que percibí el tono de la voz, pero no su contenido. Yo, para no quedar mal dije “buenas noches”, nadie contestó, nadie se inmutó.

“Veni!” me dijo Javito, esta vez terminó el pasillo en una puerta, era el baño, a mi derecha estaba la cocina, “vení!” me dice, lo sigo, cruzamos la cocina y ante una posible terraza que se dibujaba frente a mí, “Vení!” me dice, lo sigo, doblamos a la derecha nuevamente, y realmente me empecé a sentir confuso, extraño, desubicado. Realmente no me preocupó mucho en un principio, ya había experimentado esa sensación varias veces, inclusive en mi propia casa. Caminamos unos seis pasos en la completa oscuridad hasta que estallaron unas bisagras, se abre una puerta, sale la hermana de Javito, o al menos eso supongo, con el pelo mojado, el olor a champú me devolvió de mis sensaciones, me ubiqué, dije “hola”, no me contestó, Javito pareció no verla, capaz que estaban peleados, quizás no sea del agrado de la madre y de la hermana, las amistades que Javito trae a su casa, en ese caso yo estaría llevando un fardo que no me corresponde llevar, me sentí tratado injustamente, nuevamente perdí el rumbo, “Vení” me dice Javito, cruzamos un pequeño patio interior, con claro indicio de deterioro, había cientos de envases de cerveza amontonados, una estufa a kerosén totalmente oxidada, un "Tiki Taka" en su estuche como nuevo, una puerta de hierro, apoyada sobre dos taburetes conformando una improvisada mesa donde se apoyaban diarios viejos. “Veni!”, me dice, yo casi instantáneamente vomito, que papelón, nuca entre a su casa, y la primera vez vomitar es una comprobación de lo que piensa su familia, trató de pensar en otra cosa para no lanzar, trato de ni siquiera decirle algo, no vaya a ser que al abrir la boca...”Acá está”, me dice Javito, “el libro”.

Como palabras mágicas en seguida causaron alivio.

Me da el libro en la mano, leo su título, me rasco la barba, le pido un cenicero, miro el número de páginas que contiene como si eso fuese importante, veo la editorial, es francesa, tiene una sigla de tres letras y empieza con “d”, distribución para toda América, fondo comunitario de estudiantes universitarios, edición estándar, derechos legales, un índice, estoy contento, sorprendido, contento por Javito, y contento porque me llamó. De pronto me dice “vení!”, solté el libro, cayó al lado del cenicero, vomité a mi derecha, había un revistero, lo ensopé, Javito sin sorpresa agarró una Radiolandia 2000, juntó los pedazos de mí, se fue por otra puerta que hasta ese entonces no había divisado, estaba entre un ropero que le faltaban todos los cajones y un cuerpo de guitarra española. Yo me quedé sorprendido, todavía tenía la baba ácida prendida de mi barba, “Javito” le dije, y el no contestó. Pensé “que disparate, le ensucié todo”, “Javito” volví a decir, pero en un tono más bajo, “no me dejes”.

A que carajo dije eso, “no me dejes”, con que motivo, ¿me habrá escuchado?, que vergüenza.

Seguí parado en lo que yo creo era el centro del cuarto, para distraerme decidí volver a tomar el libro, no estaba, el libro no estaba, me dieron náuseas, salí a buscar a Javito por la puerta que el salió, nuevamente un corredor, nuevamente a la derecha, ahí fue cuando me di cuenta que desde que había entrado a la casa, había estado caminando siempre hacia la derecha, encontrando cada vez más habitaciones, nunca subí o bajé escaleras, nunca me encontré con el lugar de origen, “ Javito no me dejes” insistió mi voz, caminé o mejor dicho corrí, hacia la derecha, era largo corredor con puertas clausuradas, tapiadas con maderas y publicidades de lata de refrescos, tuve miedo, seguí, “no puede ser” me dije, miré el reloj y no tenía ninguno, es cierto, yo nunca llevo reloj. Ahora, justo a mi derecha hay un espejo, me veo desgarbado, manchada la ropa de estómago, “Javito” vuelvo a gritar, y nada, sigo...

De repente un teléfono, un teléfono rojo en una mesita con un revistero lleno de Radiolandia 2000, levanto el tubo, funciona, eso me alegra, pensé que en mi paranoia el teléfono no funcionaría y quizás..., quizás tenga miedo.

Disco los siete números, deseo encontrar la voz, oigo y oigo, me da libre, salta la contestadora, dejo un mensaje, “si alguien me escucha, me siento mal y estoy en...”, maldición la dirección me la fumé con el primer tabaco que me armé, cuelgo el teléfono, me armo un nuevo tabaco, “Javito” grité, pero nadie apareció.

En ese momento me percaté de la situación, de que seguramente fue ese pollo que comí hace unas horas, que debió estar podrido y yo debo estar alucinando, me tranquilizo, por lo menos ahora sé por que estoy mal, “Javito” digo y nadie me responde.

Decido cuerdamente darme la vuelta, volver para atrás, salir a la calle, respirar aire puro, tomarme el ómnibus, llegar a mi cama y dormir.

Me doy vuelta, camino, y zas...el pasillo que debiera estar a la izquierda, está a la derecha. Primero pienso que debió existir éste pero yo venía por el otro que estaba más adelante, descubro con miedo que solo tengo tres metros de pasillo sin ninguna puerta, me da miedo, corro para atrás, o sea para adelante, a la derecha, me topo con el espejo nuevamente, está gastado pero sano, me veo pero como nunca me veo, me veo viéndome. En un acto de conciencia apreté los párpados para que la ilusión cese.

Tendría que vomitar todo me dije, así se me iría esta locura, maldito pollero...

Abro los ojos y me veo tomando el teléfono, discando, llamándome y dejándome un mensaje sin dirección, miro el revistero, está el libro, el libro de Javito!

Me doy vuelta y mi reflejo telefónico desaparece, pero el libro no, voy, lo agarro, se llama “El sueño de la casa circular”, leo el primer renglón, dice “Todo empezó el martes...

A todo eso un ruido...me doy cuenta de que estoy dormido, me despierto...es el teléfono...

Era el Rata, o Javito, que en definitiva es lo mismo.

Es un compañero de facultad, que siempre viste sombrío y recubre su sonrisa de tímidos sonidos.

Me pregunta como ando, si ya estaba dormido, si me causa molestia su llamado. Enseguida lo convenzo de que es un placer el que me llame, aunque le reconozco que también es una sorpresa, ya que hablamos mucho en la Academia, pero hasta la fecha nunca por teléfono, además le agradezco el haberme sacado de una pesadilla que ya ni recuerdo de que era.



Cuento corto, por Gabriel Araújo.

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