lunes, 15 de septiembre de 2008

El Origen del Tiempo

 Es un honor presentarles este cuento que escribí hace unos 5 años, el cual tiene el mérito de no haber recibido mención ni premio alguno en los más prestigiosos concursos literarios. En hora buena, ha disfrutarlo.

EL ORIGEN DEL TIEMPO, tres historias.

 I

 Era necesario establecer algunas reglas básicas. La pequeña alimaña era rápida, mucho más que cualquiera de ellos, pero no tan inteligente.

 El tema era vencer esa primer frontera de separación, ese egoísta estómago que solo le canta al dueño y reclama sustento, o a ese cosquilleo extraño de ver las propias crías a las cuales unos transfiere más allá de los gestos ciertos gustos y disgustos similares. Tal fue así la primer idea de prójimo. Para cruzar ese umbral de separación encontraba ciertas herramientas aprendidas vaya a saber cuando, que a través de pequeños movimientos de cejas, o de sugerencias imitativas de actos, o por el milagroso crecimiento de cierta extremidad divina, acercaban a las hembras como principal combate del frío, y como casi creía saber, establecer cierta unión que lo acercaba y de cierta forma agradaba al demiurgo. Este acto, compartido por casi todas las criaturas de la creación, otorgaba un placer inmenso, un verdadero desparramo de vida inyectado en el cuerpo de la hembra, que con brillo en sus ojos mugía reverberante, entre líquidos y olores.

 Si él pudiese  utilizar dicha comunicación para actos más audaces, de seguro podría, aunque no más rápido, si ser más eficaz en la captura de alimañas. Había cierto desprendimiento de olores en el proceso mismo de captura, que lo hacía sentirse mejor, hasta enviciarse con ello, sumado el obvio placer de saciar el desgarro gástrico. La caza hazañosa, el cansancio otorgado por ella, el sacrificio y el placer enraizado en aquel acto consumaron lo que después se dio en llamar la autoestima, cuyo pináculo de orgullo era transmitirlo lo mejor posible a las crías, la enseñanza imitativa de la caza.

 Para ello decidió asistirse de todo su cuerpo, vistiendo de viejos cueros de anteriores presas cazadas a una de las crías, a una de las cuales agarró fuertemente e hizo caminar varias veces cierto tramo de paisaje, para tras su insistencia, el niño con cara de entender lo que devendrá en juego, repita el mismo trayecto solo.

 Esto causo cierto revuelo en la mínima tribu, todos se juntaron a ver un espectáculo hasta ahora inédito, una didáctica teatralizada del acto mismo de cazar, otorgando con su mirada brillosa e inteligente (si así podemos llamarla) cierta captación de su parte, de las intenciones del educando.

 Este, escondiéndose primero y luego apareciendo detrás del niño-alimaña espantándolo varias veces, hizo ademanes varios hasta hacer comprender a un solidario espectador que tomase su puesto. Todos comprendieron en ese momento que lo mejor estaba por suceder, y que éste hombre había dado en la clave para poder salir un poco de la propia necesidad y poder conocer y compartir la comunitaria.

 Pronto, nuestro actor-director tomó otro papel, no sin antes advertir como su cría mostraba todos sus dientes imitando a la Luna encinta y mostrándosela a otras que miraban sorprendidos el espectáculo. Luego de abstraerse apenas unos segundos en ello, tomó la nueva posición, escondido nuevamente pero de frente a la dirección de donde se supone aparecerá la cría espantada por su colega histriónico. Al oír la correteada aproximándose, saltó para quedar de frente a la sorprendida cría que compartió su ánimos con todos, para luego simular una arremetida contra su supuesto lomo, al que de haber querido hubiese roto tras embestirlo con la tamaña piedra-filo que tenía en su mano.

 Por supuesto que no termina aquí, nada termina en ese momento excepto la ignorancia que nunca más sería la misma. El acto fue repetido como todo en el mundo varias veces ese mismo día, para que quede grabado en el colectivo de forma de ponerlo en práctica contra las verdaderas alimañas. No faltó mucho para eso, el plan, si así podemos llamarlo, dio sus primero frutos apenas a dos soles(porque no eran días, ni el mismo Sol) de distancia. Pero se hizo necesario por muchos motivos más allá del meramente práctico o instructivo, repetir cada lunación aquél espectáculo, que un día en especial, unió para siempre a la especie, separándola para siempre también del resto. Esta táctica-ritual-artística, repetida periódicamente sirvió para conectarse cada vez más con lo circundante, desde lo divino a lo amenazante, otorgando mana abundante a los inspiradores del rito, así como a todos lo que lo perpetuaron...

 II

  Veía el aliento denso y agitado de los caballos en la fría noche, lo estaban buscando a él, eran cinco guardias armados que ya le habían avisado en nombre del soberano, que si seguía con esas ideas en la cabeza, ésta iba a quedar separada del cuerpo; pero siguió insistiendo.

 Parecía que no tenía miedo, eso no solo lo hacía peligroso sino que le daba un toque divino a sus actos y palabras, adentrándose más fácilmente en el vulgo que estaba dispuesto a la estupidez más grande con tal de escapar tanto sea en vida o en muerte, del desesperanzado gobierno de extranjeros.

 El profeta seguía observando a los caballos, intuyó que éstos tendrían sed por la espesa baba que colgaba de sus bocas. “Qué necesidad?” se preguntó, tratando de comprender el porque las cosas fueran así como son entonces, vacías de sentido, injustas, impunes y viciosas.

 Escuchó pasos detrás, no le dio el tiempo para volverse, un golpe seco cayo en su cabeza, haciendo desplomar su cuerpo y su conciencia al suelo, dejándolo inconsciente.

 

 Entró en un capullo de nubes, vio su tierra desde un ángulo diferente, todo perdió importancia, hasta él mismo. Miró hacia arriba, escuchó una voz que ya había oído antes, reconoció enseguida en ella la presencia de su profeta, vio su imagen perfecta de brazos abiertos, fue a su encuentro, se abrazaron y estalló de gozo...caminó junto a su fe por un jardín colorido de fragancias exóticas, llegaron a un pequeño pero hermoso lago que reflejaba el cielo, otro, no el nuestro, el cielo de arriba, se fueron acercando hasta la orilla hasta detenerse el Maestro invitando al turista a que siga éstos últimos pasos solo, sugiriéndoselo todo con esa voz que surgía de su propia mente y acompañada de un simpático gesto. Así lo hizo, se acercó, se agachó para ver en el llano de agua la imagen más hermosa. Pronto vio su propio reflejo, ahora más luminoso, se sonrió, y notó como tímidamente una onda empezó a jugar con su imagen.

 Siguió así, hasta empezar a vislumbrar en sus propios ojos el destino del mundo, empezando por el suyo. Vio la sangre,  pero en cantidades hasta ahora insospechadas, la angustia, la guerra, la crueldad, como van a levantar su bandera en pro a su maestro para hacer lo contrario a su mensaje, como la defensa pasará a ser el argumento preferido para el ataque, tanta inocencia en carne santa sacrificada, tantas madres del hastío, tantos sueños amorosos arrancados de raíz, tanta alegría extirpada del corazón de los hombres, tantos órganos separados de sus cuerpos...cerró los ojos, no lo podía resistir más, largó el más profundo sonido de desgarrador dolor, y la pregunta de siempre “¿Por qué!!!?”,  sintió la mano de su Maestro apoyada en su hombro, se dio vuelta y lo vio a él también llorando, de nuevo sonó el poder de esa voz en su interior, accedió con un movimiento de su cabeza a la petición del Maestro sabiendo que no estaba obligado a hacerlo, el Maestro le besó la frente y las mejillas, el se agachó frente a éstas aguas, introdujo sus manos e imitó un cuenco, recogió en ellas una medida que llevó a su boca, estaba amarga, miró al Maestro quien esta vez le dijo con su boca “Que así sea”. Pronto el líquido empezó a bullir en su interior, casi viéndose ahogado se agarró a los hombros del Maestro, no podía entrar aire a sus pulmones...

 

 Un gran sonido y una sensación de libertad lo sorprendió, sintió un barullo a su alrededor, la mujer lo sostenía por la cabeza, lo llamó por su nombre, “Al fin has despertado Profeta, te hemos salvado de esos criminales que quisieron llevarte ante el Soberano extranjero, para seguramente matarte luego”, miró a su alrededor todavía apabullado, estaba rodeado de sus oyentes habituales que estaban alegres de su fe, sintió la humedad en su cara, el agua fresca que le arrojaron para despertarlo, siguió meticulosamente observando todo a su alrededor, hasta encontrar lo que temía, en un costado yacía tirado un caballero de la Guardia con un puñal incrustado en su espalda, “Sangre!” pensó, y enseguida los restos de agua que quedaban en su boca, se pusieron amargos...

 III

  Acariciaba con su dedo índice los lomos de los libros quitándole el polvo, mientras sentía cierto placer intelectual de saberse joven aún y ya con la magistratura más deseada en la ciudad. El había leído todos esos más otros tantos recetarios de Justicia, aprendiendo de la Historia los clichés del delito más allá de nuevas tipificaciones. En el fondo quiso siempre ser Juez, estar en la posición en que estaba, heredada de su padre pero otorgada por su propio mérito, para compartir con su extinto progenitor un placer que recién ahora empezaba a entender. Pero más aún, quería en el fondo igual a tantos otros, enjuiciar a su padre, a su figura, a sus juicios, a su forma de construir un mundo tan deplorable para la inocencia y la aventura.

 La Ley lo había envestido con un Poder especial que otrora era considerado Divino, el tenía influencia sobre el destino de los hombres, el podía castigar, hacer justicia, incluso matar.

 Por lo aquí expuesto no se debe considerar a nuestro Juez como perverso, sino realmente como una víctima de una intrincada tela de causas y justificaciones, que a él como a cualquiera, lo hacen impotente frente al propio destino, tanto que llega incluso a aceptarlo. Es así que el joven Juez era bien considerado por sus colegas y obviamente siempre elogiado por los inocentes, que también obviamente lo hacía sentir del lado correcto.

 Era mejor en su humildad que su padre, esto lo sabía profundamente y lo reconfortaba, estaba orgulloso de sí mismo tanto como cabía esperarse. Su hijo, un perfecto niño mal educado, tenía la libertad necesaria y más, para causar desmanes en su casa, en la de los amigos (los pocos que quedaban) y en el colegio. Por cierto nos será fácil entender que nadie en su cabal sentido de director de colegio, llamará a un padre Juez para recomendar una asistente social o como debe tratar al niño o como, en su defecto, deberá castigarlo.

 Pero lo cierto es que ese pasado tenía algo de bueno, justamente eso, que era pasado y que gracias al desarrollo normal de cualquier realidad cotidiana, no vuelve.

 Se apoyó en un estante alterando el apolvado orden de los objetos llamados recuerdos. -“Que ironía” pensó, ese orden estaba enmarcado en las huellas lustrosas todavía de aquél mueble, que lo cubría un persistente polvo. Fue orden de su padre que se tuviese siempre la mayor consideración con aquellos objetos, habiendo incluso despedido una de las mucamas al osarse incluir sus intereses estéticos en el despacho de estudio. Frente a él, el objeto más repudiado de su juventud, ese caballo de cobre, sin cola, perfectamente labrado con sus crines bailando ante un imaginario viento, una estatuilla que representa Libertad debe ser sin duda, una de las contradicciones más insoportables del arte y de la vida, una fotografía muerta que tras su comprensión pierde todo indicio de belleza.

 Se empezó a sentir mal, con esos nervios al estómago que lo habían atormentado toda su vida, todavía sentía odio por su padre, incluso el mismo hecho de advertir que no había podido enterrar sus recuerdos y odios lo ponía peor, como un simple inválido ante las reacciones dominadas por esa fuerza, que curiosamente lo impulsó en su carrera...

 Faltaba la cola de ese caballo no por descuido del artista; él, inocentemente, siendo un niño de apenas cuatro años entraba a esa misma habitación en manos de su querida madre. El padre como siempre ocupado ni levantó la vista, era común esa escena, ella miraba a su esposo con una sonrisa de paz en su boca, él seguía abocado a sus malditos papeles, ella sabía que la ignoraba a propósito, no podía ver a nadie feliz. El niño, aún en sus brazos, estiró su manecita al estante en el que se encontraba aquél brilloso objeto, apretó sus deditos y tiró para sí... El caballo cayó con el esperado sonido metálico, apareciendo en el suelo en dos piezas, la cola estaba suelta. La madre se alertó y trató de salir rápido pero el padre la detuvo rápidamente y le sacó de los brazos al niño. Un bofetón que provocó sangre fue a parar a la cara de la madre que temía por su hijo, éste recibió el peor castigo, “Es tu culpa!” le dijo.

 Tanto tiempo pasó ya, y todavía no hay consuelo. La culpa es un castigo muy  grande sobre todo cuando se es inocente.

 Salió de la habitación y se dirigió a la cocina y luego al jardín. Dio la vuelta hasta mirar a su estudio pero desde afuera, una verdadera cárcel. Ahí nomás,  en los restos del árbol que diese sombra en aquél tiempo al mismo estudio, junto a las raíces, la más grande, empezó a cavar. Era lo último que recordaba. Estaba ahí, el recuerdo. Volvió a la cocina y lavó con agua sus manos y el ahora oscuro objeto, la cola del caballo.

 Esa noche se fue a dormir temprano, no estaba cansado pero algo extraño estaba sucediendo, tenía una sensación en su cara que lo ponía feliz, era calor, mucho calor... Era de día y estaba solo, era un desierto, vio venir una nube de polvo, rauda y veloz, acercándosele, era un caballo que reflejaba la luz del Sol, se paró a su lado como invitándolo a que suba, así lo hizo y se fue a buscar vaya a saber que cosa, eso sí, sin apuro, -“Porque todavía estoy a tiempo” pensó.

 

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